Arquitectura efímera: del siglo XX al turismo experiencial

La arquitectura efímera, entendida como aquella que no está pensada para perdurar en el tiempo, ha acompañado al ser humano desde sus inicios, aunque no siempre con ese nombre. Desde los templos desmontables del Antiguo Egipto hasta los decorados teatrales del Barroco, pasando por los pabellones de las Exposiciones Universales del siglo XIX, la arquitectura efímera ha sido el escenario de lo excepcional: celebraciones, rituales, ferias, instalaciones artísticas o eventos públicos. Pero ha sido a partir del siglo XX cuando esta práctica se conceptualizó de forma más clara, desligándose de la monumentalidad tradicional para abrir la puerta a nuevas formas de experimentar el espacio.

En ese siglo, el concepto tomó una nueva dimensión gracias a los movimientos artísticos y culturales que buscaban romper con los esquemas establecidos. El grupo Archigram, por ejemplo, propuso en los años 60 una arquitectura móvil, modular y temporal como alternativa crítica al urbanismo rígido y masificado. En esa misma década, figuras como Yona Friedman o Cedric Price reflexionaban sobre la posibilidad de estructuras flexibles, adaptables y de vida corta como respuesta a una sociedad cambiante, más dinámica y menos dependiente de formas fijas de habitar.

Pero la arquitectura efímera no fue únicamente un experimento conceptual. También se convirtió en un campo fértil para la innovación técnica y material. Los pabellones temporales de las exposiciones internacionales como el Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe en 1929 o el Pabellón Philips de Le Corbusier y Xenakis en 1958 marcaron hitos en cómo se podía pensar el espacio sin la obligación de la permanencia, explorando nuevas tecnologías, formas estructurales y materiales ligeros con libertad creativa.

De la exposición al entorno natural: una evolución hacia la experiencia

Con el paso del tiempo, la arquitectura efímera ha evolucionado desde los círculos experimentales hacia usos mucho más amplios y accesibles. En un momento en que el turismo prioriza la experiencia por encima de la infraestructura, las estructuras temporales se han convertido en una herramienta estratégica para generar valor sin necesidad de construcción permanente.

Festivales como Burning Man en el desierto de Nevada han llevado esta idea al extremo: ciudades temporales que emergen y desaparecen sin dejar rastro, habitadas durante apenas unos días por miles de personas. En otros contextos, como el del alojamiento, han surgido los hoteles pop-up, pabellones de temporada o cápsulas desmontables, todos ellos concebidos para ofrecer una experiencia única, intensa y limitada en el tiempo.

Según un informe de Booking.com (2023), el 73 % de los viajeros globales prefieren experiencias por encima de bienes materiales, y un 55 % se sienten más atraídos por alojamientos poco convencionales que les permitan “vivir algo distinto”. La arquitectura efímera responde directamente a esta demanda. Su carácter adaptable, liviano y reversible no solo permite reducir el impacto ambiental, sino que habilita nuevas formas de habitar el entorno: más flexibles, más emocionales y, en muchos casos, más memorables.

Skybubbles: una continuidad contemporánea

En este contexto, estructuras como las Skybubbles pueden entenderse como una evolución coherente de esta tradición. Nacidas del cruce entre la arquitectura ligera, la sostenibilidad y el diseño inmersivo, las Skybubbles recogen el legado de la arquitectura efímera y lo adaptan a los retos actuales del sector turístico.

A diferencia de las instalaciones puramente artísticas o conceptuales del siglo XX, las Skybubbles ofrecen soluciones reales y escalables para alojamientos que buscan diferenciarse. Su montaje no requiere cimientos, su impacto en el terreno es mínimo, y su integración en el paisaje es visualmente respetuosa. Al mismo tiempo, proporcionan al huésped una vivencia profundamente sensorial: dormir bajo las estrellas, rodeado de naturaleza, sin renunciar al confort.

Lejos de ser una moda pasajera, las Skybubbles representan una forma de repensar cómo habitamos lo temporal. Desde un enfoque funcional, sí; pero también desde una lógica emocional. Son una arquitectura que no busca imponerse sobre el entorno, sino desaparecer en él, acompañando al viajero en una experiencia que, precisamente por ser efímera, se vuelve inolvidable.